Piezas Recortadas
a.- Con vegetación: tepe, cespedón, césped.
Se obtienen cortando fragmentos de césped, brezo, musgo o turba, que son empleados como cualquier otro mampuesto. Un ejemplo notable es la fortaleza danesa de Salvig, construida con turba en el siglo XIV.
b.- Sin vegetación: caliche, terrón, tepetate, cancahua.
Obtiene piezas cortando directamente el suelo por medio de un tipo de pico muy afilado, especialmente diseñado para ello, o empleando cuñas.
Es el material más usado en áreas tan distantes entre sí como Burkina Faso, Goa o grandes zonas americanas de Méjico y de los Estados Unidos donde abundan los suelos lateríticos, denominados así porque las piezas obtenidas tras el corte resultan muy similares en tamaño y color a los ladrillos, llamados lateres en latín.
Piezas Modeladas: Glebas.
Se realizan sin la ayuda de un molde, modelándolas directamente con la mano, tal como haría un alfarero.
Su tamaño y sus formas son muy variadas, pudiendo presentar aspecto de pan, cilíndrico, cónico o cúbico. Son las que encontramos en ciudades tan antiguas como Jericó o Erbil.
Muchas veces se utilizan en estado semiplástico, lo que asegura una buena adherencia entre ellas. Cuando van a usarse después del secado completo generalmente muestran unas muescas realizadas con la mano para lograr una mejor unión con los morteros.
Piezas realizadas con molde: adobes, tovas, adogues, pezo, zoi, gasson.
Se realizan con ayuda de una pequeña horma que las contiene en el proceso de formado, tras el cual son desmoldadas y dejadas secar sin someterlas a ningún tipo de cocción posterior. No siempre llevan paja u otras fibras que sólo se añaden cuando se sabe que el barro experimentará una retracción acusada al perder la humedad, lo que producirá fisuras.
Pese a que la primera mención en castellano se encuentra en el Fuero de Pozuelo, del siglo XII, todavía son mal definidas considerándolas, en gran parte de los Diccionarios, como “ladrillos de barro y paja que se secan al sol”, pero autores tan importantes como Caramuel o Bails nos recuerdan que, en castellano, sólo puede aplicarse el nombre de ladrillo a la pieza que se cuece y que el secado debe hacerse resguardando los adobes de la acción directa del sol.
Constituyen la forma más versátil de construcción con tierra por lo que las encontramos formando las primeras bóvedas, las cúpulas más antiguas o los arcos más tempranos así como los muros de los palacios, fortalezas, santuarios y edificios más notables levantados por el hombre de todos los tiempos, como la famosa Torre de Babel.
Adel Fahmy, discípulo y colaborador del arquitecto Hassan Fathy, recuerda que la palabra adobe, por la que hoy es conocida en el mundo entero esta pieza de tierra, se encuentra ya escrita en los jeroglíficos egipcios, de los que pasó al idioma copto y de éste al árabe, que lo incorpora cuando conquista el norte africano y lo importa a la península ibérica, donde era habitualmente utilizado muchos siglos antes de la invasión musulmana, lo que podemos comprobar en edificios notables de nuestra patria, como el Palacio Santuario de Cancho Roano. Además los textos de San Isidoro explican claramente, en el siglo VII, su empleo en el suelo hispano.
Las dimensiones de estas piezas son muy variadas, generalmente vinculadas a su empleo en los distintos tipos de edificios, privados u oficiales, como observamos en Grecia, donde se utilizaron preferentemente los didoron, tetradoron y pentadoron. En Roma se denominaron lidios, en atención al origen oriental que les atribuyeron, ya que los consideraban vinculados a la procedencia del grupo etrusco. Los textos de Vitruvio
muestran gran estima por estas piezas de tierra cuyo uso comentan también los denominados Agrónomos Latinos, Catón, Varrón, Columela o Paladius.
En la España musulmana su empleo estaba vigilado por el almotacén, que para evitar el fraude constructivo disponía, colgado en la Aljama o mezquita mayor, un juego de moldes con las diferentes medidas.
Durante el Renacimiento fueron muy valoradas por Alberti o Palladio, estima que se prolongó hasta la etapa de la Ilustración en la que muchos teóricos se interesaron también por la construcción de tierra.
En España los textos de Caramuel, Bails o Villanueva, por citar algunos de los más conocidos, analizan estas piezas de arcilla cruda.
Cuando se emplean solos, los adobes presentan colocaciones muy diferentes según sea la parte del edificio en la que se encuentren. Generalmente se disponen a tizón en la parte más baja del muro, directamente sobre el zócalo, mientras que en la planta alta suelen colocarse a soga.
En los piñones y tabiques los disponen a panderete aunque es habitual que estas zonas, no portantes, se realicen con otros materiales como encestados, tablas o varillas.
Con frecuencia los adobes rodean o encintan paños de tapia pero su uso más corriente es colmatando entramados donde pueden ir dispuestos en espiga o en espina de pez, si las maderas no están bien escuadradas o seguir la disposición similar que adoptan en los muros que no llevan entramado.
Aunque es práctica habitual recubrir los adobes con revocos de barro, tierra y paja, tierra y cal, yeso y trabadillo, camisas de tablas, de piedras o de material cerámico y diferentes morteros de cal o de yeso, en muchos lugares se dejan al descubierto.
Francés: Brique crue
Alemán: Lehmbausteine