Las piedras que presentan una forma más regular, talladas en sus seis caras, aunque no sean ni de grandes dimensiones ni estén perfectamente escuadradas reciben el nombre de sillarejos.
Finalmente la piedra de sillería es la que presenta la talla más perfecta. Muchas veces se usaba en aparejo isodómico, es decir, en el que el tamaño de las piedras y la altura de cada hilada era siempre constante, lo que permitía realizar un trabajo muy cuidado que colocaba las juntas verticales exactamente en el centro de las piezas colocadas inmediatamente encima y debajo de ella. Otras veces formaba el opus quadratum, en el que los sillares podían tener longitudes distintas pero siempre estaban perfectamente escuadrados.
La piedra ha sido muy valorada por todas las culturas. Su larga duración hizo que con las mejoras económicas obtenidas por diferentes pueblos se diera un progresivo avance en su empleo entre las clases más cultas, lo que originó un proceso de petrificación en diferentes zonas como Egipto, Mesopotamia, Grecia o Roma, que inicialmente construían con tierra y vegetales.
La piedra se extraía de las canteras, siguiendo su veta o hebra, por los cabuqueros, artesanos que se ayudaban para ello de las cuñas, el marrón, la barra y el pico de recalar.
Los grandes trozos de piedra pasaban entonces a la acción de los entalladores, que troceaban el bloque utilizando también cuñas y picos además de auxiliarse con la mandarria y el empleo de la escuadra.
A continuación intervenían los canteros, que regularizaban las formas y finalmente la pieza de piedra, ya del tamaño requerido, era tratada por los tallistas, que le daban el acabado final.
El aspecto de las piezas se dejaba, deliberadamente, más o menos rugoso según el fin del edificio en el que estuvieran presentes.
Podemos encontrar numerosas astucias para logar el encaje más perfecto con el trabajo más racional, como manifiestan los sillares tratados con anathirosis, que rebajando ligeramente todas las caras, salvo la externa, eliminaban el costoso proceso del tallado total, logrando además una exacta unión entre las aristas de las diferentes piezas, evitando así la entrada de la lluvia.
Para la talla y el corte de las piezas era fundamental conocer la Estereotomía, arte de cortar sólidos de modo adecuado para que su puesta en obra resulte la prevista, lo que permitía lograr la forma exacta requerida en muchas zonas del edificio, especialmente en las bóvedas, los arcos y las cúpulas.
La práctica de la Montea o dibujo a tamaño natural de un elemento arquitectónico permitía cortas la piedra según las medidas y formas de las diferentes partes de los muros, arcos o bóvedas. Dibujándolas del mismo tamaño que las iban a tallar especificaban cómo serían las caras, lechos y juntas de modo que unieran adecuadamente unas piezas con otras para que el cantero pudiera sacar exactamente todas sus superficies y dimensiones.
La Cantería, o arte de labrar la piedra para la construcción, se basaba en la Geometría porque sabía aunar la forma geométrica y la función estructural.
Además de en la Montea, la Geometría resultaba indispensable para determinar la estabilidad de los edificios ya que se utilizaba para decidir cómo serían los muros de apoyo, el contrarresto de las bóvedas o el tamaño de los estribos.
El dominio de la cantería permitió a los constructores de la Edad Media lograr las mallas de piedra que constituyen el entramado de fuerzas compensadas usado en la elevación de las ligeras iglesias góticas.
Desde el Renacimiento son muy populares los Tratados que analizan y difunden la manera de despiezar la piedra en cada caso, siendo de los más populares en España los textos de Vandelvira o de Martínez de Arada y en Francia el redactado por de L´Orme.