La construcción con piedra seca era muy barata, ya que evitaba la labor de talla y ahorraba tiempo al no precisa transporte, lo que la hacía idónea para ser empleada durante los tiempos agrícolas de reposo en los que se podía recurrir a la solidaridad de los vecinos, que colaboraban con su trabajo sabiendo que, a su vez, recibirían la misma prestación cuando fuera necesaria para ellos.
La clave del éxito para esta técnica era la habilidad del artesano, capaz de seleccionar las piezas de manera que su tamaño y colocación en la obra fuera la correcta en cada caso.
Para ello había que clasificar las piedras teniendo en cuenta en qué parte del muro estarían colocadas. Las más largas, pesadas y planas se destinaban a la cimentación, las medianas a las zonas medias del trabajo y las más circulares, triangulares o trapezoidales a formar la albardilla de remate si se estaba realizando una cerca, el caso más sencillo que analizaremos, como ejemplo, a continuación.
Para construir un sencillo murete lo primero que hacía el artesano era cavar una zanja de escasa profundidad en zonas de clima suave y más honda en las áreas con riesgo de helada.
Cuando el muro no tenía sus caras paralelas sino en talud, caso muy frecuente, había que realizar una pareja de marcos de desplome, forma trapezoidal obtenida con dos listones cuyo extremo inferior acabe en una punta aguzada capaz de ser clavada en el suelo y otros dos listones que los traben, más largo el que va en la zona baja, que consigan armar este marco dando a los listones largos la inclinación que se pretendía para los lados del muro, siempre formando un ángulo agudo, bastante tendido, con el suelo. Se disponía uno de estos marcos en el punto donde se iniciaba el muro y el otro algunos metros más adelante.
En la zanja se elaboraba la cimentación, colocando, a tizón, las piedras planas más largas de manera que llegaran de uno a otro lado en la zona rebajada, cuidando de que apoyasen bien sobre el terreno.
Sobre esta base se asentaban, procurando inclinarlas ligeramente hacia el centro de la pared, las primeras hiladas de las dos caras del muro, que se apoyaban perfectamente con el auxilio de pequeñas piedras, los ripios, que se colocaban desde el espacio vacío central del muro ya que éste era siempre de dos hojas independientes, realizadas simultáneamente.
Se elevaban después las siguientes hiladas, también inclinado las piedras hacia el hueco central, que se llenaba con piedra pequeña evitando el uso de la tierra como relleno ya que ésta va saliendo del interior a causa de las lluvias, lo que hace perder al muro la estabilidad.
Cada pocas hiladas se disponían tizones o perpiaños que abarcasen el ancho de la pared para trabarla bien y conseguir la perfecta cohesión de las dos hojas.
Llegados a la altura deseada se procedía a colocar una capa de piedras cuyas dimensiones permitieran cubrir el muro ya en toda su anchura, sobresaliendo algo más a los lados para evitar el escurrimiento de la lluvia. Sobre esta capa se disponían las piezas que por su forma habían sido guardadas para realizar la albardilla. En caso de ser diseñada con piezas colocadas de canto, se utilizaban éstas ligeramente inclinadas, rematando los extremos con piedras de la misma forma pero más pesadas.
Las construcciones sencillas como guardaviñas, chozos, tenadas, cucos o cabañas se realizan de la misma manera obteniendo los cerramientos por aproximación de hiladas sucesivas, o con cubiertas vegetales o con teja.
Para los edificios más complejos se cuidaba especialmente la buena trabazón de los muros, generalmente de carga, disponiendo tizones cada pocas hiladas, El peso de la cubierta y la base de ésta aumentaban la estabilidad de estas construcciones.
Aunque las formas de las piedras en lajas o fragmentos más o menos planos fueran las preferidas para realizar la técnica de la piedra seca, también se levantaban edificios con canto rodado, muy comunes además en construcciones que añaden mortero a estos elementos, abundantes en grandes áreas próximas a los cursos de los ríos.
Muy pronto aprendió el hombre a tallar la piedra, con herramientas rudimentarias primero y claramente eficaces después.
Desbastando parcialmente las piezas, que consigue enseguida sacar de las canteras, va obteniendo mampuestos y piezas más grandes, de tamaño y forma predeterminado, acordes al rango de la construcción proyectada.
Los fragmentos desechados en las canteras así como los encontrados sobre el terreno son utilizados de diferentes maneras.
Cuando se colocan sin modificar la superficie de las piedras constituyen la mampostería ordinaria que puede estar realizada, como la piedra seca, con canto rodado, o con lascas y fragmentos de diferentes piedras aunque con la ayuda de algún mortero, sea éste de cal, de yeso, mezclando ambos o de tierra.
Si las piezas reciben intencionadamente una talla somera para que su superficie apoye, lo mejor posible, una en otra, aunque se dejen de forma irregular, constituyen la mampostería concertada.
Si la ligera labra se aplica a obtener una superficie lisa que se coloca hacia el exterior del muro se trata de la mampostería careada.
Cuando, por fin, los mampuestos, que no llegan a poyarse del todo unos en otros, son acuñados con pequeñas piedras para inmovilizarlos, se denomina mampostería enripiada.