Ladrillos
Este proceso de cocción, que consigue la calidad de cerámico, es decir, sustancia quemada en griego, se inició también de modo casual al quemarse inesperadamente el barro que recubría los cestos con los que transportaban el agua y algunos alimentos. Con su aplicación deliberada se logró una de las conquistas constructivas más notables, ya que permitió obtener una especie de piedras artificiales de arcilla cocida, inalterables al fuego, al viento y a la lluvia, que pronto se emplearon para recubrir, total o parcialmente las grandes construcciones de tierra cruda.
Así sabemos que la famosa Torre de Babel, la Etemenanki cuya construcción recoge el libro del Génesis, se recubrió con ladrillos cocidos, tal como explica esta narración bíblica, para proteger el enorme edificio escalonado levantado con grandes adobes. Lo confirma Pietro della Valle el año 1616 en una carta enviada a su amigo el arquitecto y teórico español Juan de Caramuel ,tras visitar la ciudad de Babilonia donde se levantó este zigurat que fue reconocido como tal por el arqueólogo Robert Koldeway en 1913.
Vemos pues que el uso del ladrillo es antiquísimo. Los largos siglos en los que el hombre constructor lo ha empleado han servido para ensayar los diferentes tamaños que se adapten mejor a la construcción prevista. El hecho de poder realizar moldes de distintas magnitudes ha permitido utilizar el ladrillo como módulo de los propios edificios lo que origina su enorme versatilidad.
El tamaño del ladrillo tradicional, siempre pequeño, ya que es un mampuesto, es decir, algo que se puede poner con la mano, se concibe habitualmente de manera que la longitud de la arista más larga sea, generalmente, algo menos del doble que la largura de la mediana, ya que tiene en cuenta el grosor de la junta. Ello permite que en la gran cantidad de aparejos con los que se disponen los muros siempre puedan contrapearse adecuadamente las juntas de las piezas.
La dimensión más habitual del ladrillo tradicional es de 24 X 11´5 X 5´5, aunque los catalanes suelen medir algo más, 29X14X5´2 y los aragoneses tengan, con frecuencia, formas cuadradas.
Las medidas muestran la importancia del sistema basado en el número doce, mucho más ágil que el decimal, ya que permite ser dividido por 2, por 3, por 4 y por 6, además de adaptarse bastante bien a las medidas que se basaban en el cuerpo del hombre, como el pie, el palmo, el codo o el estado.
Las caras de los ladrillos se conocen como tabla, la cara mayor, canto la mediana y testa la menor y las aristas se llaman soga la más larga, tizón la intermedia y grueso la más corta.
Los aparejos tradicionales más usados en España son:
Aparejo a la española, constituido por ladrillos colocados a tizón, es decir, con su cara menor hacia el exterior del muro y la dimensión más larga perpendicular a éste, siendo su grosor igual a un pie o un asta.
Aparejo a soga, el que muestra al exterior la cara mediana de la pieza, con un grosor de medio pie o media asta.
Aparejo a soga y tizón, o aparejo inglés, el de mejor traba, aunque de más difícil colocación. Requiere buenos operarios para su puesta en obra que alterna, en cada hilada, las piezas colocadas a soga con otras puestas a tizón. Su grueso equivale a un pie o un asta.
Aparejo a panderete: dispone las piezas apoyadas sobre su canto más largo. El grosor es el mismo que tenga la pieza.
Aparejo palomero o en avispero: también con las piezas apoyadas en su canto más largo pero dispuestas de manera que queden espacios libres entre ellas.
Sardinel: Constituido por ladrillos colocados sobre uno de sus cantos. Forman impostas, fajas y dinteles de puertas y ventanas con variadísimos diseños, rectos, curvos o mixtos, elaborados con una o más hiladas.
Las uniones entre las piezas, formadas por el mortero, se llaman respectivamente tendel la horizontal y llaga la vertical, siendo ésta realizada en forma de triángulo isósceles, con su vértice más agudo hacia abajo, en los edificios de tradición mudéjar.
Los ladrillos pueden recibir más formas que la de puro ortoedro. Son frecuentes, en la arquitectura tradicional, las piezas aplantilladas realizando impostas, golas o cornisas.
Además se colocan de forma muy variada para decorar el edificio pudiendo constituir los paños de sebka, en los que forman mallas romboidales como las diseñadas en la Giralda sevillana, arcos cruzados semejantes a los que muestra la mezquita toledana de Bab al- Marduk, paños en esquinilla similares a los de la ermita del Cristo, situada en Paredes de Nava o la multitud de dibujos que exhiben los edificios mudéjares de Aragón y la región castellano-leonesa.
Para formar las piezas se procede, como para los adobes, a cribar la tierra y mezclarla posteriormente con agua hasta obtener una consistencia adecuada para introducir la pasta en los moldes o gradillas.
Desmoldados, se dejan secar antes de proceder a la cocción que tradicionalmente se realizaba en los hornos de hormiguero, en los que las piezas de barro se disponían en capas decrecientes, formadas por piezas paralelas y separadas, con el fin de que se pudiera colocar el combustible entre ellas. La turba, leña, carbón o hulla se colocaba entre las piezas, se cubría todo y se ponía fuego en el interior del conjunto para iniciar la combustión que podía durar días o semanas.
Los ladrillos mejor cocidos, llamados recochos, eran los más estimados mientras que los defectuosos, los pardos se destinaban a otros usos como rellenos, y los de peor calidad, los santos, torcidos y negros, terminaban en elementos secundarios como tabiques, cercas para ganado y otros usos de poca importancia constructiva.
Los ladrillos se colocaban con juntas más o menos gruesas según las etapas y las diferentes zonas. Es muy habitual en los aparejos españoles encontrar tendeles de más grosor que las propias piezas cerámicas alojadas en el paramento.
Los morteros habituales con los que se fijaban los ladrillos eran los de yeso, el de cal y yeso o trabadillo, y el de arena y cal. Es frecuente encontrar tendeles en los que el mortero ofrece una superficie inclinada con objeto de facilitar la evacuación de la lluvia.